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Espiritualidad del Camino

Hermano/hermana, si tienes curiosidad por el Camino de los Capuchinos y quizás te estás preparando para recorrerlo, recuerda: la vida espiritual no es abstracta. Es concreta, al igual que el camino es concreto.

Cuando la realidad, en su repetición a veces banal, te abre al encuentro, a la relación amorosa con Dios, con los hermanos y hermanas… ¡esa es la vida espiritual!

No un intimismo religioso encerrado entre cuatro paredes, sino la vida que fluye bajo los pies de los que caminan. La vida espiritual está tejida de gestos, palabras, rostros, encuentros, relaciones.

Entonces, ¿por qué emprender el viaje? Para que podamos reapropiarnos de cada momento y descubrir que hay mucho más de lo que aparece en la primera capa. La vida que llevamos es frenética, acelerada y a veces alienante. Ponernos en camino nos da la oportunidad de frenar y reconsiderar a cada paso la belleza y el «más» que nuestro corazón busca y que el soplo del Espíritu nos manifiesta.

Antes de ti, muchos frailes andubon por estos caminos. Como hijos de San Francisco, también ellos se han sumergido en la belleza y la fatiga del camino, recordando lo que el Santo de Asís decía a menudo a los frailes: «Somos peregrinos y extranjeros en este mundo». El camino se convierte entonces en un maestro de vida. Una metáfora de la vida.

Nos ponemos en camino y la meta no es un lugar, sino el encuentro con un rostro, una persona: nuestro Señor Jesucristo. Y mientras en el camino de la vida vamos a su encuentro, pronto nos damos cuenta de que Él ya vino a recibirnos y camina con nosotros; respira nuestro aire, está presente en nuestra mesa, ilumina nuestras sonrisas, lleva con nosotros la carga del día.

El camino también nos recuerda que el cansancio es el compañero inseparable del hombre en el viaje de la vida. No se puede obviar; al contrario, es precisamente esto lo que nos proporciona la mayor lección, recordándonos que somos limitados y frágiles, y no omnipotentes, como a menudo se nos hace creer. Y en el camino, en la fatiga, descubrimos quiénes somos. Hijos amados que, para seguir adelante, necesitan a otro, al Otro, por el que apoyarse y con el que caminar. Nadie se salva solo, así como nadie puede recorrer el camino de la vida aislado de los demás. El camino nos hace descubrir que el otro no es un enemigo del que defenderse, sino un hermano al que abrazar, porque los verdaderos peregrinos, tarde o temprano, descubren que hay un Dios que se llama Padre.

Que también tú, como Francisco de Asís y los muchos santos peregrinos de todos los tiempos y lugares, puedas encontrarte con el Señor en el viaje que te dispones a hacer. Pide ojos capaces de reconocer al Padre en el cansancio y la belleza que el camino pondrá ante ti. Entonces, ¡calentará tu corazón!

¡Disfrute de su viaje!

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